SÁEZ DELGADO, LUIS
Cada vez parece más lejano el siglo XX. Aunque guardemos su peripecia en la memoria de las cosas vividas, las décadas que lo inauguran en Europa, o en España, resultan hoy más nítidas y próximas que las que se suceden tras la Guerra Mundial, acaso porque el poder hipnótico de la maldad ha oscurecido todo lo demás, sin su prestigio, ni su misterio, ni su evidencia. Entendemos la cercanía incesante de estos años y, sin embargo, hay algo que nos separa de aquel pasado. En estas páginas tratamos de complacernos en unas décadas, las que van desde los cincuenta a los ochenta, que parecían negar cualquier disidencia. En algún momento de aquellos años una especie de principio general de la esperanza anima a cada uno por un tiempo: por pocos días a los vecinos de Praga, por muchos más a los revolucionarios asiáticos y africanos o a los americanos sin derechos civiles, por la eternidad breve de su catecismo a los obispos holandeses. Hoy, toda esa memoria provoca incomodidad y malestar. Sobre esos años se fabula en Descubrimiento del Continente Negro.
