RIBA ARANGO, JAIME
Doña Urraca Alcolea se ha sentado debajo del único naranjo que hay en su finca. Allí espera paciente a que llegue el 15 de octubre, el día en que ha decidido morirse. Su hija Teresa la Ternerona se ha marchado sin que nadie la viera, al igual que hizo en su día su marido Prudencio y Dacímaco el gigante y Otis el gorrino y su padre y su madre. Ya solo le queda a Doña Urraca la compañía de su nieta Motita, a la que convertirá en sus ojos, sus orejas, sus piernas y sus brazos para defenderse de esas, las vecinas, que se acercan a chismorrear, a burlarse del apellido Alcolea.
Doña Urraca ha decidido que no va a moverse de la sombra del naranjo. No porque no pueda sino porque no le da la real gana. Porque es mujer de palabra y porque tiene más de Doña que de Urraca. En su espera recordará los episodios de una vida, la de ella, la de su estirpe familiar y la de los que le rodean, en la que lo mágico y lo inexplicable se infiltra por cada poro de la realidad.