BENSON, STELLA
Profundamente atenta y compasiva con la difícil situación de los emigrados, Benson retomó algunos de los hilos narrativos de la historia bíblica del Libro de Tobías, para crear un relato acerca de la vida de los rusos blancos exiliados en Manchuria y Corea, después del levantamiento de 1917. Un padre (Tobit el viejo Sergei Malinin) que profesa fidelidad a las leyes de Dios, perseguido por dar sepultura a los compatriotas muertos que nadie reclama en tierra extranjera, y que enceguece, literalmente, en la tarea. Una madre (AnaAnna) que tiene que trabajar de tejedora para sostener a su familia tras el incidente. Un hijo (Tobías Seryozha) que viaja a recuperar el dinero que su padre dio en préstamo a un amigo hace veinte años. Un guía-ángel (AzaríasWilfred Chew) que conoce la ruta y lo acompaña en el camino. La hermosa joven (SaraTatiana Pavlovna Ostapenko), hija de un hombre honorable, que carga con el estigma de contar con siete pretendientes desgraciados por no poder consumar su matrimonio: siete tañidos de corazones rotos como las cuerdas chasqueantes de un laúd ruso. En las imprecaciones que le espeta Katia, la criada de la familia Ostapenko, a Tatiana, puede entreverse cómo Benson enhebra con maestría una aguda crítica social con una benévola exposición de la fragilidad humana: Déjame decirte lo que es el matrimonio, Tatiana Pavlovna: es tan sólo levantarse de la cama, hacer tres comidas, y volver a la cama otra vez. Las mujeres no pueden huir de eso, a menos que sean monjas (
) Que una mujer no conozca su deber, eso enloquece a un hombre, es como apuñalarle, convierte su amor en bilis. Y entonces, la bella Tatiana, que recibe la noticia del suicidio de Sasha, uno de sus últimos pretendientes, por boca de su padre acongojado, se nos presenta con los rasgos de una chica, probablemente autista, que amplia con su diferencia nuestra percepción del mundo: En realidad, por el suicidio de Sasha sentía un dolor ni más grande ni más pequeño que por el de su dedo quemado, pero de ambas molestias se olvidó al instante; su atención se había fijado en el soleado jardín, en la chaqueta de su padre colgada del respaldo de una silla; en la arenilla menuda de los senderos, en las sillas y mesas; en los armarios grandotes para los corpulentos cuerpos rusos que tanto desentonaban en aquella casita japonesa, todo delicadeza, de suave colorido blanco y oro, pesados armatostes en un cubo de aire fresco y ligero. El modo excepcional en que Benson bosqueja la trama afectiva de sus personajes, y a su vez desmonta el imaginario de la discapacidad como falta o disfunción, presentándola con el rostro de Tatiana como un sutil contrapoder, hace que deseemos seguir leyéndola, aprendiendo y disfrutando de su forma de agitar el aire de los lugares cerrados con el movimiento de su pluma.
STELLA BENSON (1892-1933) fue una sufragista, escritora y viajera inglesa. Narradora extraordinariamente dotada, su obra comienza redefiniendo la fantasía contemporánea con una inusual y devastadora mirada irónica sobre su mundo (el movimiento sufragista, la Primera Guerra Mundial) y concluye con un fresco exuberante sobre el exilio y la diferencia, La novia lejana, novela que mereció el Femina Vie Heureuse Prize (que ganaron, entre otros, Virginia Woolf, E. M. Forster y Robert Graves) y que le auguraba una espléndida madurez. Su prematura muerte, a los 41 años, y el hecho de que pasó los últimos veinte años de su vida en China, quizás expliquen el olvido en que cayó su obra. Esta edición de La novia lejana (1931), es la primera traducción directa de éste libro al castellano.
«Si la tan manoseada frase es una escritora nata significa algo, Stella Benson lo es. Parece escribir con toda naturalidad, sin esfuerzo. Como un niño recoge flores [...] La fantasía exuberante es rara, el amor a la vida es raro, y un escritor que no se avergüence de la felicidad más raro todavía».KATHERINE MANSFIELD.
«Una sensación rara: cuando una escritora como Stella Benson muere, la capacidad de respuesta propia disminuye, aquí y ahora ya no estará iluminada por ella. La vida mengua». VIRGINIA WOOLF.