EXTREMAMOUR: FOTOGRAFIAS Y POEMAS DE EXTREMADURA
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EXTREMAMOUR: FOTOGRAFIAS Y POEMAS DE EXTREMADURA

ÁLVARO VALVERDE Y PATRICE SCHREYER

17,00 €
16,49 €
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Editorial:
EDITORA REGIONAL DE EXTREMADURA
Año de edición:
2023
Materia
Poesia
ISBN:
978-84-9852-729-2
Páginas:
88
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El fotógrafo suizo PATRICE SCHREYER tuvo carta blanca para fotografiar Extremadura de forma subjetiva. Su mirada nunca busca lo evidente, sino que pretende ser una carta de amor visual y personal a las tierras de Extremadura.

Extremamour, es además un juego de palabras entre Extremadura y "amour" en francés.

Tras una residencia en Trujillo entre diciembre de 2021 y enero de 2022, el fotógrafo recorrió esta provincia. Una tierra que encierra un patrimonio inmenso que muy pocas regiones de Europa pueden presumir poseer.

Las fotografías del artista de Neuchâtel dan testimonio de su rica historia en la que se cruzan los fantasmas de Carlos V y de los conquistadores, la fuerza de las ciudades renacentistas y de unos paisajes inmensos aún conservados.


ÁLVARO VALVERDE, un poeta cómplice

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Jorge Cañete pidió al poeta extremeño ÁLVARO VALVERDE una selección de sus poemas para acompañar la escenografía de la exposición Extremamour. Además de esta selección, el poeta también quiso escribir especialmente poemas -inéditos- para acompañar cada fotografía.


Álvaro Valverde nació en Plasencia, España, en 1959. Es profesor del colegio público "Alfonso VIII" de Plasencia. Ha sido presidente de la Asociación de Escritores Extremeños, co-director del Aula de Literatura José Antonio Gabriel y Galán. Cofundador de la revista hispano lusa, y Coordinador (2002-2005) del Plan de Fomento de la Lectura en Extremadura y director (2005-2008) de la Editora Regional de Extremadura.


Ha publicado los libros de poemas: Las aguas detenidas, Una oculta razón, A debida distancia y Mecánica terrestre. Las novelas: Las murallas del mundo y Alguien que no existe, también artículos periodísticos: El lector invisible, y un libro de viajes: Lejos de aquí.

LA EXTREMADURA DE EXTREMAMOUR



Por Álvaro Valverde



No es habitual que alguien que escribe poesía –un arte pobre por naturaleza, destinado a la inmensa minoría– y vive retirado, como quien dice, en provincias reciba un buen día una carta donde un lector desconocido que vive en el extranjero le confiese que admira sus versos y, para colmo, le proponga participar en una bonita aventura. Esta, sí, Extramamour, como él mismo la ha denominado. Hablo de Jorge Cañete, un suizo de origen español que se dedica al diseño y la decoración en Interior Design Philosophy, mucho más que un mero estudio profesional. Su trabajo es, según dice, “encantar lugares y la vida de las personas”. No es extraño que se refiera a la suya como “una firma poética y narrativa que, como en una página en blanco, escribirá la historia personal del cliente”. En este sentido, nada mejor que leer su libro Il était une fois… ma maison.

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El amor a Extremadura, esta remota y fronteriza región del suroeste de Europa, mueve la empresa fotográfica y poética en la que Cañete nos ha embarcado a Patrice Schreyer y a mí. Con casa en Trujillo (el precioso pueblo de mi abuela materna), sus frecuentes estancias en esta tierra aún por descubrir para tantos le animaron a proponer al fotógrafo que la visitara cámara en mano. Eso ocurrió los últimos días del pasado año. Su periplo fue breve pero intenso. Entre otros lugares, estuvieron, además de en Trujillo, donde establecieron su campamento base, en Logrosán, Medellín, Monfragüe, Mérida, Guadalupe, El Palancar, Cáceres, Arroyo de la Luz y Puebla de Alcocer. En esos sitios tomó Schreyer las imágenes que forman parte de esta exposición.

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También pasaron por Plasencia y en la cafetería del Parador, bajo su extraordinaria escalera al aire, un alarde arquitectónico que sobrecoge al viajero, nos encontramos Jorge, Patrice, su mujer Floriane y yo. Después de una amena conversación que no parecía propia de quienes se veían y hablaban por primera vez (a pesar de las barreras que imponen los distintos idiomas maternos, y eso que uno estudió francés en el bachillerato), paseamos por las calles placentinas y nos acercamos a la catedral (a las catedrales mejor, una románica y otra gótica, ambas, en rigor, inconclusas), que recorrimos con la emoción que cabe al caso. La belleza siempre sobrecoge.

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Desde el principio, sin conocer apenas la fotografía de Schreyer (que, gracias a internet, es accesible a cualquiera), me sentí implicado en este proyecto. Aprecié de inmediato la pasión de Cañete por el empeño y la complicidad del fotógrafo. Me gusta su estilo; más que nada, un tono; sí, percibí pronto coincidencias estéticas. La fotografía y la poesía son artes muy cercanas, no descubro nada. Ambas se basan en la mirada. Una forma de ver fundada en la atención. Sus trabajos en Islandia, una isla que amo aunque nunca haya estado, me convencieron. El cuidado por el detalle, la precisión, son norma de ese estilo a que aludo. No hace falta decir que lo sustancial del proyecto lo ha puesto el ojo y la cámara de Schreyer. Uno se ha limitado a acompañar con versos, nuevos o ya escritas en mis libros, esas imágenes. Intentando, ay, no desentonar. Los dísticos que he escrito de cada una de ellas tienen el aire del impromptu, que, en la música, y según el diccionario, es una “composición que improvisa el ejecutante y, por extensión, la que se compone sin un plan preconcebido”. Para concretar, mi manera de proceder ha sido muy sencilla: tras mirar la foto, expresaba con palabras lo que me sugería. De inmediato, sin dar pie a la reflexión. Sin premeditación, digamos. Ojalá haya logrado captar algo de su espíritu.

Aunque lo normal es que en Extremadura llueva poco, sobre todo en diciembre, los viajeros tuvieron días grises y otros luminosos. Se observa en las fotografías. La luz es fundamental. En esto lo es todo, diría. Estimo que la del conjunto es melancólica. Un tanto oscura y, en consecuencia, misteriosa. No deja de ser este un viaje de invierno. Pocas veces recuerdo haber visto bajo esa luz saudosa (digamos portuguesa) los paisajes y lugares de esta tierra que linda con el país luso. En La Raya o muy cerca, la frontera más antigua del mundo, aunque a uno nunca se lo haya parecido.

Mi poesía, si se me permite la comparación, tiende también a la melancolía. La defiendo. Escribí en un poema de El cuarto de siroco: «He venido hasta aquí a nombrar la tristeza. / Porque es un sentimiento venerable. / Del hombre, por encima de cualquiera. / Ya lo dijo Szymborska: / “Es triste por naturaleza el ser humano”».

Escribí antes la palabra pobre y la pobreza, que ha preservado durante siglos, por suerte y por desgracia, lo esencial del paisaje y del patrimonio artístico y cultural de Extremadura, está muy presente en estas instantáneas. No buscan reflejar el lujo, ya sea natural o elaborado, sino más bien mostrar una realidad sencilla, básica, cercana. Humildes hierbajos, piedras milenarias, campos abandonados, dehesas interminables, árboles retorcidos, celdas conventuales, aguas remansadas… Y todo en medio de una soledad que estremece. Sin figuras humanas. Sin gente. Imágenes, sí, de la España vacía. Por eso, en estas fotografías de aire metafísico a uno se le antoja que suena el silencio, si se me permite la paradoja.

Su delicadeza atrapa al espectador, que se ve desarmado ante una visión inédita. Este cuaderno de campo da fe de que la elegancia no está reñida con la simplicidad. Vamos, que toda ostentación aleja el objeto fotografiado de su verdad. Y verdad aquí hay mucha. Tanta como en esta región secularmente atrasada que, sin embargo, ha dado momentos gloriosos a la Historia. Una región que en sus paisajes, muy diversos, y en sus pueblos y ciudades conserva el indeleble sello de la belleza. Proust escribió en el quinto volumen de En busca del tiempo perdido: «El único viaje auténtico, el único baño de eterna juventud, no sería encaminarnos hacia paisajes nuevos, sino tener otros ojos, ver el universo con los ojos de otro, de otros cien, ver los cien universos que ve cada uno de ellos, que son cada uno de ellos». Me atrevo a decir que de todas las Extremaduras que Extremadura encierra, la de Schreyer perdurará en el tiempo.



Plasencia, enero de 2022

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BIOGRAFÍA:

PATRICE SCHREYER es fotógrafa desde hace más de veinte años. Fue durante sus excursiones por las montañas suizas que descubrió su pasión por el 8º arte.

Su enfoque artístico es a veces cercano a la abstracción, fuertemente expresivo y contrastante, a menudo oscuro. Patrice Schreyer mezcla paisajes naturales y “paisajes interiores” Dondequiera que va, intenta cada vez compartir su universo personal con una rara sensibilidad. Su obra combina un fuerte esteticismo con una elegancia arraigada en la sobriedad del claroscuro.

La fuerza de las imágenes de PATRICE SCHREYER reside en su capacidad para resaltar de forma muy legible la esencia de los paisajes, hasta el más mínimo detalle. Esta atención al detalle le da a las imágenes del artista una gran coherencia.

Numerosas exposiciones en Suiza han presentado su trabajo y sus fotografías decoran las embajadas suizas en Túnez y París.

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