VILAR MADRUGA, ELAINE
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La selva es un dios hambriento. Uno que permite vivir a salvo en sus dominios pero exige el más alto de los precios a cambio. Su voracidad no termina nunca y aquellos que viven bajo su control deben entregarle a sus hios como parte de un cíclico tributo caníbal. La nueva novela de Elaine Vilar Madruga (tras su aclamada ?La tiranía de la moscas?, publicada por Barrett, premio Cálamo 2021, y actualmente en su sexta edición) es un cuento de terror caribeño en el que las madres son obligadas a criar a sus propios hios como futuro alimento, en un sacrificio hecho de sangre y locura. En esta distopía de la atrocidad, si se desea sobrevivir, ninguna mujer puede decidir no ser madre. Y ninguna madre puede no convertirse en una mera productora de carne humana para que el sistema de ofrendas y retribuciones siga funcionando. En el exterior, más allá de los límites de la selva, un mundo despiadado de guerrilleros y narcos hace imposible la vida. Una vida y una seguridad que la selva garantiza a sus habitantes, quienes renuncian a cualquier tipo de derecho y esperanza en esta fábula t
Siempre he tenido a Elaine (como a muchas otras) como una de las voces más importantes e interesantes de la actualidad. Una de esas que sigo a donde vaya y que no pocas veces he recomendado. También, como dije en su momento con Mónica Ojeda o María Fernanda Ampuero hace no relativamente mucho, de las más interesantes. De las más arriesgadas, me atrevería a decir. El cielo de la selva es pura muestra de ello, y esas cinco estrellas que refulgen al inicio de la entrada no son un mero adorno. A camino entre cuento gótico y terror caribeño, esta historia situada en la selva es un delirio de realidad, un lugar donde el abismo a lo sangriento esta cerca y las texturas de la selva, la peligrosa selva, son palpables en cada instante. Aquí Elaine hace gala de sus temas habituales —maternidad(es), clase social, violencia— y lo retuerce hasta el fondo, hasta lo hondo del pecho, hasta la desesperanza de un ciclo sin fin como la vida misma.
Cuidado con la selva
La selva es un dios hambriento. El cielo rojo anuncia que es la hora del sacrificio. Puedes vivir en sus dominios, como hace la Abuela, Santa, Ifigenia o Lázaro. Sin embargo, existir en sus dominios exige un alto precio. Su voracidad nunca termina. Aquí las madres son obligadas a dar a luz y entregar a sus propios hijos como futuro alimento, como sacrificio para vivir. Nadie puede ser madre, y a la vez, todas deben serlo. Deben producir ofrendas y que el sistema nunca caiga. La selva siempre tiene hambre. En un mundo despiadado de guerrilleros y narcos, la selva garantiza la seguridad a sus habitantes, pero renuncian a cualquier tipo de derecho y esperanza. Así es el ciclo de la selva. Así es la vida en la hacienda. Es el cielo y el infierno a la vez. Es una paz, una cruenta, pero paz.
Siempre he tenido a Elaine (como a muchas otras) como una de las voces más importantes e interesantes de la actualidad. Una de esas que sigo a donde vaya y que no pocas veces he recomendado. También, como dije en su momento con Mónica Ojeda o María Fernanda Ampuero hace no relativamente mucho, de las más interesantes. De las más arriesgadas, me atrevería a decir. El cielo de la selva es pura muestra de ello, y esas cinco estrellas que refulgen al inicio de la entrada no son un mero adorno. A camino entre cuento gótico y terror caribeño, esta historia situada en la selva es un delirio de realidad, un lugar donde el abismo a lo sangriento esta cerca y las texturas de la selva, la peligrosa selva, son palpables en cada instante. Aquí Elaine hace gala de sus temas habituales —maternidad(es), clase social, violencia— y lo retuerce hasta el fondo, hasta lo hondo del pecho, hasta la desesperanza de un ciclo sin fin como la vida misma.
Cuidado con la selva
La selva es un dios hambriento. El cielo rojo anuncia que es la hora del sacrificio. Puedes vivir en sus dominios, como hace la Abuela, Santa, Ifigenia o Lázaro. Sin embargo, existir en sus dominios exige un alto precio. Su voracidad nunca termina. Aquí las madres son obligadas a dar a luz y entregar a sus propios hijos como futuro alimento, como sacrificio para vivir. Nadie puede ser madre, y a la vez, todas deben serlo. Deben producir ofrendas y que el sistema nunca caiga. La selva siempre tiene hambre. En un mundo despiadado de guerrilleros y narcos, la selva garantiza la seguridad a sus habitantes, pero renuncian a cualquier tipo de derecho y esperanza. Así es el ciclo de la selva. Así es la vida en la hacienda. Es el cielo y el infierno a la vez. Es una paz, una cruenta, pero paz.