GARCÍA ROMÁN, JUAN ANDRÉS
En Perdida latitud la tierra se hace canto, estalla el corazón en versos que casi llegan a ser salmos o, a veces, plegarias, con un hálito mítico que anhela la inocencia de lo primigenio, una inocencia que beba del agua viva y limpia de la mañana, donde forma, espacio y tiempo se diluyan y haya lugar para la esperanza.