BALLESTER GARCÍA, ALMU
Personajes que hacen pan y la masa se les pega a las manos. Curas que confiesan en los pasillos del metro. Gente que mira escaparates. Chatarreros que dominan las matemáticas. Monjas que enseñan a escribir en pizarras. Palabras que dan risa. Retoques de fotos de difuntos. Vicios que terminan de golpe. Malas decisiones con los vendedores ambulantes. Revelaciones en casas recién reformadas. Heridas. Y mucha gente que se transporta, siguiendo unas muy pulcras y ambiguas directrices.
Normas de inseguridad es un compendio de anomalías. Irrupciones de lo extraño en vidas cotidianas de hombres y mujeres que llevan una talla de ropa que no creen haber elegido, con la continua sospecha de que tampoco es seguro que vayan a la moda. A los protagonistas de estos relatos les han dado un libro de instrucciones mal traducido. Y además el original está repleto de errores gramaticales. La inseguridad, como es natural, sigue sus propias normas. Por ejemplo, creerse que uno hace pan, cuando en realidad corre por un parque. Convencerse de que nos cogerán el teléfono. O de que no lo cogeremos nosotros. Decidir no mirar. Preferir quedarse con las siluetas y los dibujos y el olor del papel. Varias fórmulas para llegar a lo mismo: ninguna certidumbre. Aunque lo más probable es que andar seguros todo el tiempo resultara aburrido.
Seguir las normas tiene premio: un recorrido por el subsuelo madrileño, comentado por un grupo escogido de expertos en inseguridad.