RAMOS DE LA TORRE, LUIS
A TODOS los culpables del olvido,
agria ruleta rusa desnortada,
las lágrimas dolientes de las víctimas
no les mojaron la pólvora.
No.
No les mojaron la pólvora.
No oxidaron sus pistolas,
ni el pulsode esa tregua supuesta,
pentagrama de témpanos,
que arrastró con su espanto la victoria.
En el arsenal efervescente
de la resaca dictadora,
en el carrusel
dilatado de la mala conciencia,
nunca hubo sitio,
nunca vecindad
para las manos ofrecidas.
Solo la sumisión,
la costra de la herida,
es lo que siguen buscando las secas
miradas de los vigilantes:
la pasión ideal del centinela
con su hechura de furia y fortaleza
ofrecida al platónico edén de su estamento.